Había una vez, una rosa. Era hermosa. Tenía pétalos de seda roja, aroma a jardín entero y un tallo exento de espinas.
Se balanceaba con el viento y reposaba con la quietud. Sus estambres se llenaban todos de ese rocío que le regalaba la mañana, mientras ella, hacía arrumacos al sentirse amada, incluso cosquilleada por las abejas que iban a visitarla. Se sabía, hermosa... admirada; bella al fin.
Al otro lado, una margarita. Su tallo, bifurcado en dos aunque de estos, había brotado una sola flor; blanca, de hojas pequeñitas y núcleo amarillo.
Estaba en un rincón del jardín al lado de un montón de ortigas y unas piedras marrones que canturreaban con las botas de aquella persona que pasaba a su lado sin verla, admirando sólo esa presencia aromática y bella, roja y apuesta que estaba allá a lo lejos.
Hizo enormes sacrificios para llamar su atención. Intentó alimentarse de la charca para que su tallo se hiciera alto. Intentó beber toda el agua que el Cielo le bajaba y absorber esencias de la tierra; pero… un día… aquel asno que pastaba tranquilo, descargó sus desechos dejando esta historia, sin historia siquiera.
Una observación:
La suerte ¿estaba echada? ¿Cuestiones del destino?